Comentario
A la hora de estudiar los edificios mendicantes es frecuente enumerar ciertos elementos que se consideran privativos o característicos de esta arquitectura, diferenciándola así de otros edificios góticos. A este respecto se citan la pobreza de materiales, que se encuentra en sintonía con el espíritu de austeridad de estas órdenes, el tipo de fachada severa, el ábside poligonal rasgado por amplios ventanales apuntados, la ausencia de decoración, etc. El análisis formal de las fábricas mendicantes nos lleva, sin embargo, a afirmar que las soluciones que presentan estos edificios son análogas a las construcciones góticas, no hallando en ellos ninguna solución planimétrica o estructural novedosa respecto a los edificios contemporáneos.
Ya hemos tenido ocasión de comentar con anterioridad que los frailes mendicantes no crean una arquitectura propia, sino que su gran capacidad de adaptación les lleva a asimilar las técnicas y tradiciones constructivas de la zona donde se asientan y a aplicarlas en sus edificios, producto muchas veces de la contratación de talleres locales. En función de ello las iglesias variarán no sólo según las distintas naciones, sino incluso dentro de éstas dependiendo de la zona geográfica donde estén enclavadas, peculiaridad ésta que no sólo afecta al caso hispano sino también al resto de la arquitectura europea. En el ámbito hispano, los tipos planimétricos más utilizados son los edificios de cruz latina y los de una nave rectangular con capillas entre los contrafuertes.
La primera variedad templaria encuentra su máxima aceptación en Galicia, con irradiaciones en Asturias y, dentro del marco peninsular, también Portugal se inclina por la adopción de esta tipología. Dentro del esquema general se observan, sin embargo, variantes atendiendo fundamentalmente a la organización de las cabeceras. Así encontramos edificios con un solo ábside poligonal (San Francisco de Vivero), con tres capillas poligonales en la cabecera, la central más grande que las laterales (San Francisco y Santo Domingo de Lugo, San Francisco de Pontevedra, San Francisco de Orense, San Francisco de Oviedo) y, por último, los que presentan tres capillas igualmente en la cabecera, siendo en este caso la central poligonal y las laterales rectangulares (San Francisco de Betanzos, San Francisco de La Coruña y San Francisco de Ribadeo). En algunos casos, aplicables exclusivamente a iglesias dominicas (Santo Domingo de Pontevedra, Santo Domingo de Lugo y Santo Domingo de Tuy) se opta por la iglesia de tres naves y cinco ábsides.
El modelo que vemos triunfar en suelo gallego presenta indudables concomitancias con el de la casa madre, la basílica de San Francisco de Asís. Este templo está compuesto por dos iglesias superpuestas, ambas con planta de cruz latina: la inferior, todavía dentro de la tradición románica y concluida en 1253 y la superior, totalmente gótica, que no tomó cuerpo hasta 1240. El modelo, sin embargo, sirvió de inspiración a un número importante de edificios entre los que hay que citar las iglesias de Santa Clara de Asís, San Francisco de Perugia, San Francisco de Viterbo, etc.
En cuanto a la segunda tipología templaría, se encuentra bastante dispersa por el ámbito hispano, extendiéndose fundamentalmente por Cataluña, Valencia, Mallorca y Aragón. El modelo, sin embargo, no queda restringido al marco peninsular, sino que con igual profusión se observa su aparición por toda la Francia meridional, así como Italia, zonas éstas que, a raíz de la política expansionista catalana durante los siglos XIII y XIV se vieron estrechamente relacionadas desde el punto de vista artístico, cultural y político. Las únicas variaciones posibles se localizan en las cabeceras, que pueden presentar ábside poligonal (San Francisco y Santo Domingo de Barcelona, San Francisco y Santo Domingo, ambos, de Gerona, San Francisco de Montblanc, San Francisco de Teruel, San Francisco de Calatayud, San Francisco y Santo Domingo de Palma de Mallorca, Santo Domingo de Puigcerdá, etc.), o bien rectangular (San Francisco de Vilafranca del Penedés y Santo Domingo de Tarragona).
En cuanto a los elementos estructurales que presentan nuestros edificios, sus soluciones son análogas a las del resto de las fábricas góticas. Las fachadas siguen modelos severos y sencillos similares a los que se observan en los edificios más simples y modestos del siglo XIII. Al igual que en aquellos, suelen aparecer definidas por dos grandes contrafuertes prismáticos y se dividen en dos cuerpos, en el superior se abre un vano, una ventana amainelada o un rosetón, acercándose así más a los modelos parroquiales. En la zona inferior se abre la puerta de acceso al templo. Son éstas de una gran simplicidad y, salvo en contadas ocasiones, se observa una ausencia total de decoración esculpida.
La adopción casi generalizada en las iglesias mendicantes del ábside poligonal, habitual por otro lado en los templos góticos del momento, configura un tipo muy peculiar de cabecera presidida por la esbeltez y elegancia de líneas. En efecto, estos ábsides se configuran mediante cinco, seis o siete paños delimitados por gruesos contrafuertes de estructura prismática y escalonada y quedan horadados por grandes vanos apuntados y amainelados.
En cuanto al interior de los templos, la mayor originalidad se localiza fundamentalmente en el sistema de cubrición. Este puede adoptar dos modalidades: la techumbre de madera descansando sobre arcos transversales y la bóveda de crucería. La primera modalidad se encuentra extendida por toda la geografía peninsular, encontrándose manifestaciones de la misma en edificios mendicantes catalanes (San Francisco de Montblanc, San Francisco de Morelia...), gallegos (San Francisco de Betanzos, San Francisco de Orense...), e incluso navarros (San Francisco de Sangüesa, San Francisco de Corella...). El procedimiento de cubrir grandes superficies mediante arcos transversales de piedra y su posterior cerramiento con techumbres de madera no es ni mucho menos una solución atribuible a las órdenes mendicantes. L. Torres Balbás tuvo ya ocasión de demostrar los remotos orígenes de esta técnica y las últimas publicaciones sobre el tema apuestan por la primacía de Oriente en la utilización del sistema, si bien la adopción del mismo por la Roma Imperial fue un factor determinante para su posterior difusión. En efecto, el sistema se extendió rápidamente por toda Europa occidental, invadiendo zonas intensamente romanizadas (Lombardía, Galia mediterránea, Cataluña, etc.). El método debió de utilizarse igualmente en la arquitectura doméstica, haciendo que éste perdurara durante el período de tiempo durante el cual no tenemos constancia de su utilización en edificios religiosos.
El método, qué duda cabe, presentaba indudables ventajas técnicas para nuestros frailes: disminuía los costos de la obra, localizaba perfectamente los incendios tan frecuentes en la Edad Media, permitía cubrir grandes espacios y posibilitaba, por la perfecta acústica que creaba en el interior del templo, que la voz del predicador llegara con toda diafanidad a los fieles. En ocasiones se ha considerado que los mendicantes ejercieron un papel decisivo en la propagación de esta solución arquitectónica. Como hemos tenido ocasión de comentar con anterioridad, el sistema contaba ya con precedentes desde época muy antigua. Quizá -y en este sentido es en el único en el que se puede hablar de aportación-, lo que hicieron los frailes fue dignificar el sistema, en el sentido de que lo aplicaron a sus iglesias y no sólo a las dependencias funcionales como habían hecho los monjes, los cuales prefirieron reservar para la casa de Dios la cubierta lígnea. De esta manera, los mendicantes contribuyeron a la popularización de esta solución y, lo que puede ser más interesante, su masiva utilización en el espacio sagrado.